domingo, 8 de agosto de 2021


Figuras fantasmagóricas transitan el espacio en acompañada soledad. Errantes y hambrientos avanzan, tratando de llenar vacíos físicos y existenciales. No hay miradas humanizadas, y las voces se han transformado en gemidos apenas audibles, alaridos desconsolados o cacofonías de voces interminables y ensordecedoras. Los abrazos escasean, los gestos son huidizos, caóticos, descontrolados. Manos grandes y huesudas se entrelazan a manos chicas, que tiemblan un poco, que se aferran deseantes de seguridad y paz. Hay nostalgia de un tiempo mejor que se recuerda idealizado, que muta con el correr de los días y el tiempo, que se colorea de recuerdos que nunca existieron. Los seres necesitados de todo, aprenden a estar alertas, vigilantes, suspicaces, aunque no fijan la mirada, aunque no sostienen el contacto, y hay arrepentimiento constante, rabia y culpa.
A pesar del entorno hostil, de la vibración malévola del odio suelto, los seres avanzan, como pueden, pero se mueven solos o en pequeños grupos burbuja, pocos se aventuran a mirar para el costado, y los que si se atreven colorean por un momento su burbuja, y eso lo sé, porque he visto destellos de luz, aquí y allá. Cuando ésto sucede, se genera un pequeño resplandor, donde renace un atisbo de esperanza y sopla un aire casi descontaminado, que huele a revolución. Algunos respiramos profundo, casi, casi sonreímos, pero seguimos avanzando, las cabezas bajas, las miradas que huyen atentamente, las manos crispadas, el gesto serio, la piel que se cae y se agrieta.
A pesar de todo nos movemos, aun sentimos, y tenemos la capacidad de pensar acerca de nosotros mismos y nuestras circunstancias, aún en el espacio donde eso no está permitido por el control de cuerpos y almas. Como escapar de la prisión cuando nosotros mismos somos “la prisión”? Pues volando un poco, despegándonos y viéndonos desde arriba, o desde el costado, repensarnos, resistir y organizarnos. Somos “el otro” que nos mira y nos piensa.








 

La Peste.
Digital
Gustavo Baldovino 2021
Serie Pandemia.




Inopinadamente, como suele suceder, había comenzado la peste. Un signo por acá, otro que se suma al anterior, hasta conformar una serie de advertencias que al principio resulta difícil interpretar. La peste se había instalado en la ciudad y se disponía a dejar su secuela de muerte y sufrimiento
“Los curiosos acontecimientos que constituyen el tema de esta crónica se produjeron en el año 2021… en una ciudad del Mundo.
Para la generalidad resultaron enteramente fuera de lugar y un poco aparte de lo cotidiano (…) La ciudad, en sí misma, hay que confesarlo, es fea. Su aspecto es tranquilo (…) El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. En nuestra ciudad, por efecto del clima, todo ello se hace igual, con el mismo aire frenético y ausente. Es decir, que se aburre uno y se dedica a adquirir hábitos. Nuestros conciudadanos trabajan mucho pero siempre para enriquecerse. Se interesan, sobre todo, por el comercio, y se ocupan principalmente de hacer negocios. Naturalmente, también les gustan las expansiones simples: las mujeres, el cine y los baños de mar. Pero, muy sensatamente, reservan los placeres para el sábado después del mediodía y el domingo, procurando los otros días de la semana, hacer mucho dinero. Por las tardes, cuando dejan sus despachos, se reúnen a una hora fija en los cafés, se pasean por un determinado bulevar o se asoman al balcón. Los deseos de la gente joven son violentos y breves, mientras que los vicios de los mayores no exceden de las francachelas, los banquetes de camaradería y los círculos donde se juega fuerte al azar de las cartas (…) Los hombres y mujeres o bien se devoran rápidamente en eso que se llama el acto de amor, o bien se crean el compromiso de una larga costumbre a dúo. (…) En Orán, como en otras partes, por falta de tiempo y reflexión, se ve uno obligado a amar sin darse cuenta. Lo más original de nuestra ciudad es la dificultad que puede uno encontrar para morir. (…) los extremos del clima, la importancia de los negocios, la insignificancia de lo circundante, la brevedad del crepúsculo y la calidad de los placeres, todo exige buena salud. Un enfermo necesita soledad. Imagínese entonces al que está en trance de morir como cogido en una trampa (…) en el mismo momento en que toda una población en los teléfonos o en los cafés, habla de letras de cambio, de conocimientos, de descuentos. (…) Esta ciudad, sin nada pintoresco, sin vegetación y sin alma, acaba por servir de reposo y al fin se adormece uno en ella”.
El texto citado pertenece al libro La peste1 de Albert Camus (1947). El autor, de manera magistral, nos describe la ciudad argelina de Orán, con costa hacia el Mediterráneo.
Salvando lógicas diferencias, la narración puede aplicarse a cualquier ciudad que transcurre sus días con tranquilidad y apacible rutina, sin advertir nada que pueda significar un llamado de atención o un peligro alarmante.
Serie Pandemia.
La peste.
Obra digital basada en la Fiebre Amarilla de Blanes.
Gustavo Baldovino 2021