“Todo arte y
toda investigación científica, lo mismo que toda acción y elección parecen
tender a algún bien; y por ello definieron con toda pulcritud el bien los que
dijeron ser aquello a que todas las cosas aspiran.,,, Siendo como son en gran
número las acciones y las artes y ciencias, muchos serán por consiguiente los
fines….”.
Aristóteles,
“Ética a Nicómaco”, libro 1,1
El arte, la
creación artística, presupone una exposición conceptual que abarca una
secuencia de valores personales que se transmiten del creador al espectador,
sea cual sea la perspectiva de la observación, así como la intencionalidad de
aquella óptica desde la que se propone la dialéctica, sin embargo buscar una
definición no resulta fácil.
Afirma
Vicenç Altaió, Director del Centro de Arte Santa Mónica de Barcelona, al
establecer la relación del artista con el crítico de arte[1] que “un papel de
un artista vale mucho y una página de poeta nada. Pero no hay revolución
estética que se encienda sin poetas. Al mismo tiempo, una obra de arte, única,
antes de la época de la reproductividad, podía tener poca visibilidad pero
mucha audiencia gracias a la publicidad que hacían no los poetas minoritarios
sino los escritores entendidos en arte en los periódicos. Más allá del juicio
severo y del pique estético que acompañan al término “crítico”, hay críticos de
arte que engargantándose por alguien, han abierto los ojos del mundo sobre los
mecanismos y el sentido del arte nuevo, siempre difícil y avanzándose. Un
oficio práctico, a medio camino del método filosófico, la ordenación histórica
y la comunicación moderna del periodismo, haciendo crítica de la costumbre
incapaz”.
Por tanto
habría de resultarnos obvio para poder acudir a la figura de la crítica que sea
necesario establecer en primer termino una determinación del concepto mismo del
arte, de su valor no económico sino estético; analizar, valorar su función de
la obra de manera que la complejidad del tema nos permita configurar los
aspectos y matices que han de comprender la labor de una adecuada crítica.
Toda obra de
arte puede evaluarse desde muy diferentes puntos de vista, desde perspectivas
académicas diversas, en definitiva, que rozan en sus esencias más íntimas
aspectos de la filosofía que le han de vincular a la definición secular e
histórica de la belleza y el encaje de esta en su contexto social e histórico;
de este modo encontramos disciplinas como la estética o la sociología del arte
que abordan aspectos distintos a los que pueden ser observados desde otra
perspectiva, la que observaría esa misma obra desde la perspectiva de la
Historia del Arte, perspectiva ésta, académica, que construye su visión a
partir de los hechos, las actividades artísticas, en cuya realización
intervienen factores y elementos subjetivos no cuantificables. En este sentido
el encaje del análisis de la obra de arte desde una perspectiva del análisis
crítico nos habría de llevar a tomar tanto el lenguaje creativo como las
diferentes perspectivas que nos han de permitir analizar todos los elementos
que constituyen la creación artística y la obra objeto de la crítica en
particular.
Por supuesto
que para poder entrar a establecer ese concepto crítico nos es necesario
establecer previamente una premisa conceptual, el término “arte”, que se ve
sometido a las variabilidades históricas de tal manera que este concepto no es
en esencia verdaderamente objetivo. El hecho que se halle sujeto al
determinismo social, nos permite observar que lo que hoy puede ser considerado
una obra de arte, ayer no lo fuera, de igual modo lo que hoy no se considera
una manifestación artística, en el futuro puede llegar a serlo. En este sentido
podríamos poner a título de ejemplo como la obra de buen número de fotógrafos
franceses, como de otros tantos países, cuya obra fotográfica presenta trabajos
sobre la arquitectura industrial, el mundo artesanal y la industria de la
época, pone de manifiesto, a partir de la perspectiva histórica el
descubrimiento de lo que ha sido dado en calificarse como “belleza técnica”[2],
es decir, aquellos reportajes hechos a petición de los industriales lo que nos
presenta ahora una nueva visión más allá de la expresión de la evolución del
hombre y la mecánica post industrial, nos descubre la posibilidad de considerar
los trabajos del autor a través de la capacidad de reconocer y organizar la
creatividad artística a través de ritmos distintos y diversos de una vida de
estructuras técnicas y mecánicas.
Recurrir al
origen del término del concepto de arte, seria aludir a la primigenia acepción
que nos lleva a la visión que de él se tiene en el mundo griego, donde se
considera como una mera habilidad técnica, porqué, sujeto a un conjunto de
reglas, estas lo definen en función del concepto “destreza” en su producción,
aunque nos pudiera parecer a simple vista lo contrario.
De hecho la producción
de belleza y su consideración no se acabará produciendo hasta la llegada del
Renacimiento en que se reivindica la inspiración y la capacidad de invención
del creador, superando la tradicional distinción entre artes liberales y
mecánicas, donde el encaje de las artes figurativas no podían separarse de las
mecánicas, como el caso de la arquitectura. La concepción de belleza no solo en
el arte, también la música, la poesía o la danza no lo descubrimos en la
historia hasta mediados del siglo XVIII en el que el concepto de las Bellas
Artes se instituye, como paso previo a las evoluciones técnicas y de lenguaje
que se dará a lo largo de los siglos XIX y XX.
Reconocido,
pues, el nacimiento del concepto de belleza como determinación del análisis del
arte, como tal, a partir del valor estético, y resulta interesante en este
sentido el análisis de M. del Pilar Aumente[3], a partir de las reflexiones del
teórico del arte Mikel Dufrenne, de quien afirma que ”no se podía pronunciar en
favor de lo sublime… porqué es la categoría de lo pre-humano cuando se presenta
como inhumano”; pero parece mucho más interesante la aparición del concepto de
no-arte, como modo de decir no a la complacencia y acercamiento al arte
tradicional, en el sentido en el que Dufrenne nos propone que
“sublimación-clasicismo-normatividad forman un frente común contra el que se
eleva el concepto de desublimación, entendido en el sentido de rechazo hacia la
espiritualización y la norma”.
Se le
reconoce, sin embargo a Dufrenne el concepto teórico de arte al apuntar que es
todo aquello que es propuesto como tal para nuestro asentimiento, en la
consideración que la obra está destinada al ser común, al hombre y queda este
excluido del diálogo del creador con el espectador en el momento en el que esa
obra se separa de su medio vital, entra en el “mercado” o se museiza. Esa
reubicación, para Dufrenne, hace que: “el respeto reemplace a la familiaridad y
solo se permite al experto establecer esa relación que debería corresponder a
cualquier espectador atento”, nace pues con ese mismo concepto el de la crítica
y el análisis en paralelo al concepto del mercado.
La verdad
teórica de Dufrenne no es puesta en entredicho por la definición que a finales
de los años cincuenta del pasado siglo nos formula el dramaturgo Alfonso
Sastre[4], quien propone en sus “notas sobre el arte y su función” , que el
arte es una representación de la realidad, entendiendo por realidad la
revelación que el hombre va realizando a lo largo de la historia, pero quizás
lo más interesante de las consideraciones de Sastre seria su afirmación que, en
lo referido al arte contemporáneo, “se pide al artista que sea algo más que un
decorador del mundo, que trabaje desde sus dominios para el futuro de todos”,
hablándonos pues de la trascendencia de la creación artística, lamentando, sin
embargo que los “ismos” a los que define como posturas estéticas, no sean más
que un desaforado alarido, como el canto del cisne.
El arte
representa, pues, una determinada función ideológica que nos lleva a observar
como encierra y desarrolla establecidas connotaciones que se transmiten al
consciente social que lo es a su vez consciente político, un entorno de
emociones y formas que suelen manifestarse como una provocada inconformidad a
veces individual, a veces grupal.
Veamos como
determinados objetos que hoy son considerados como auténticas obras de arte de
la antigüedad, no lo eran en su más íntimo sentido inicial, obras que formaban
parte de los rituales de fertilidad de esas culturas, de los ritos funerarios,
de elementos esencialmente litúrgicos en el ámbito de la cacería o la guerra,
ahora han cobrado otras esencias, desde otras perspectivas sociales, por
supuesto, desde otra mirada sin duda y a esas esencias se les da un valor en la
historia del arte, pero también la mirada puesta desde la perspectiva de
nuestra propia evolución conceptual,
Pero si
centramos la satisfacción de los sentidos a través de la belleza como la única
o quizás la que podríamos considerar como la más significativa función de toda
obra de arte podríamos llegar a enfrentar determinados supuestos del ámbito
contemporáneo por su oposición a las concepciones estéticas. La historia de las
civilizaciones aporta por este mismo hecho el valor que corresponde a los
parámetros estéticos, de manera que la evolución misma refiere posibles cambios
de concepción, de visión sobre la obra de arte.
La relación
entre el artista y su obra no pueden extraerse del plano social, como de las
conexiones que se dan entre la sociedad y la obra de arte, de hecho recordar en
este estudio el valor de los comentarios de Diderot en sus salones, nos permite
afirmar con rotundidad que ello responde a lo expresado en líneas anteriores,
en lo relativo a la realidad gnómica, en el sentido de componer sentencias y
reglas morales, que si bien aplicable inicialmente a la poesía resulta
perfectamente aplicable a la consideración o crítica del arte, en función de
los parámetros estéticos y las consideraciones de que es o no es arte en
función del contexto social y del momento político de que se trate.
Las obras,
las creaciones, ponen de manifiesto el contexto social en el que se
desarrollan, es decir que no son solo los ojos del espectador, los ojos del
crítico y su perspectiva, también la perspectiva del creador, no por
condicionar la época la calidad o génesis de la obra, ni la genialidad del
artista, sino por proponer toda una serie de ideas i valores que se reflejan en
ella, de una manera inevitable fruto tanto de los procesos educativos como de
las propias vivencias sociales.
Resulta
obvio que en cada etapa artística, aquellas que definen los diferentes momentos
históricos con anterioridad al siglo XIX: clásico, postclásico, románico,
gótico, Renacentista, Manierista, Barroco, Rococó y Neoclásico, a lo que hay
que sumar todas las escuelas y estilos que se desarrollan a partir de estos
momentos definidos, podemos observar toda una serie de rasgos comunes que nos
permiten identificar los que se conoce como estilo artístico, un concepto que
parte de la raíz griega “stilo” que nos viene a significar “columna”, entendida
desde la perspectiva del origen pero también como elemento que sostiene la base
identificativa del momento histórico en la delimitación de los períodos
artísticos, sus componentes y los elementos que nos permiten definirlos.
Esta
pragmática nos permite delimitar, nos permite encuadrar el arte, clasificarlos,
analizar los elementos que les son comunes y a partir de ahí transcribir alguna
cosa más que los elementos técnicos que han de verse comprometidos para ahondar
en la sensibilidad artística del momento y del autor que se enmarcan en unas
coordenadas históricas que establecen a la vez ese contexto social que abarca
también al micro cosmos que se genera entre los creadores en espacios y
contextos distintos, a veces con tradiciones intelectuales heterogéneas, por
donde a pesar de los límites que a veces nos resultan difusos, ello nos permite
establecer posiciones conceptuales y metodológicas que nos aportan sobre los
modelos actuales la interpretación del pasado, aunque este sea inmediato desde
un punto de vista evolutivo en la creativa artística.
Si nos
atenemos a las premisas que en su primera obra el historiador y crítico de arte
Francesco Poli nos indica[5] , cuando afirma que “la principal resistencia que
se halla siempre en el cuerpo social consiste en rodear al arte con una áurea
religiosa o mística, como si éste fuese solo trascendencia, contemplación
actividad solitaria del genio o expresión del infinito”, podemos entender que
se hace preciso contextualizar la necesidad del arte, que ya sabemos destinado
a satisfacer necesidades del hombre, quien debe contener en un principio su
observación crítica.
Será sin
embargo el austríaco Ernest Fisher[6], quien será capaz de traducirnos, desde
la perspectiva de la filosofía la necesidad del arte al plantearnos la cuestión
de si éste cumple realmente una función concreta, se constituye como una
actividad normal o habrá de desaparecer con una etapa superior en la evolución
civilizacional de la humanidad.
Resulta
obvio que a la vista en perspectiva sobre la historia del arte, en todo momento
de las sociedades establecidas se ha dado la producción artística, desde
concepciones meramente superficiales y decorativas hasta manifestaciones más
exaltadas de la tradición cultural del momento, considerándose la existencia de
una determinada actividad artística desde el punto de vista metodológico, cual
es realmente su valor, desde un punto de vista de la necesidad del mismo, del
valor social que ostenta en el contexto en el que se produce.
No hablamos
de la necesidad del arte desde la perspectiva económica, por supuesto, sino
como un elemento más en el proceso de socialización de la raza humana, del
hombre y de su naturaleza creativa, hablamos de la función social del arte, su
contribución social y de hecho cuando Man Ray[7] afirma que la libertad del
progreso estaba reñida con la decoración, al decirnos que “cuando se afirma que
una cosa es decorativa es una cosa muerta” nos pone en antecedentes sobre ese
concepto del arte necesario para conformar el contexto socio cultural del
hombre.
De hecho en
el marco de la realidad social del arte, la lógica de su destino es comunicar
esa misma realidad, y nos pone de manifiesto aquella profetización de la muerte
del arte en el contexto sociedad mismo, resultado de una visión catastrofista,
si consideramos su función social. De hecho la evolución que se observa en el
siglo XX, responde a los mismos parámetros de toda la construcción cultural de
la tercera revolución, la tecnológica, de manera que los últimos avances quizás
hagan presuponer la desaparición de determinadas parcelas artísticas que serán
substituidas por nuevas concepciones técnicas en el mundo del arte,
concepciones que quizás en un principio puedan no ser consideradas como
creativas en si misma, lo que pone de relieve que la evolución del arte va
siempre en paralela a la historia misma, como nos reflejará la historia del
arte.
La
relevancia pues de todos esos elementos nos lleva al análisis y la
interpretación de las obras del arte a partir de la percepción misma del
elemento artístico y de su propia contextualización en el ámbito en el que se
desarrolla, ámbito en el que algunos autores definen como estudio de la
percepción, el análisis e interpretación, partiendo del elemento visual que nos
adentran en el estudio de las formas y su significado a partir de los
principios que nos vienen establecidos por los teóricos de la forma, la
percepción de la realidad a través de estructuras y no de una manera aislada o
independiente del contexto, lo que ha dado en llamarse la Teoría de la forma o
Teoría de la Gestalt[8] que estudia la incidencia en los sistemas totales, en
las estructuras en las que las partes están interrelacionadas dinámicamente de
manera que el todo no puede ser inferido de las partes consideradas
separadamente. Los primeros estudios sobre el movimiento aparente de la luz (el
fenómeno phi) o el análisis de la percepción de las películas cinematográficas
muestran como, por ejemplo, si analizamos una película fotograma a fotograma
tendremos una idea muy diferente e imprecisa que si vemos la secuencia en
conjunto, es decir, si miramos la película como una totalidad. Estas totalidades
se llaman, precisamente, gestalts (forma, pauta, configuración o conjunto
total). De aquí se desprende el principio general de esta corriente: “el todo
es más que la suma de las partes”.
Esta
teorización sobre la interpretación y el análisis, sin embargo descargan la
responsabilidad de la percepción a cuestiones mecanicistas, en la percepción
existen factores condicionales que de una manera exógena constituyen
aportaciones del espectador que se corresponden a su propio conocimiento, o a
influencias culturales que, junto a circunstancias históricas, tanto de la obra
como de la propia contextualización social de la misma nos puede llevar a
afirmar que no vemos las cosas como son si no como estas pueden ser percibidas
a través de nuestra propia experiencia, de nuestras propia cualidades
subjetivas, aquellas de las que se derivan las propiedades que nuestra
perspectiva óptica que pueden llegar a coincidir con la de otras muchas
personas que tengan similares caracteres no objetivos.
Se nos hacen
aceptables, las propuestas de la Gestalt debido a la gran importancia que
establece esta teoría en el estudio de la percepción, a la que define como unos
principios de organización perceptiva que permiten captar de forma integral
estas totalidades o gestalts, principios que se habrían de estructurar
básicamente en dos leyes: la Ley de la figura-fondo y la Ley de la buena forma,
llamada también Ley del agrupamiento o Ley de la pregnancia. Según esta teoría
psicológica, el proceso perceptivo remite a un mecanismo básico, según el cual
tendemos a focalizar nuestra atención sobre un objeto o determinado grupo de
objetos o figuras, destacando del resto de objetos que los envuelven, fondo, lo
que se denomina Ley de la figura-fondo. La segunda Ley, o Ley de la buena forma
nos remite a un principio de la organización de los elementos que componen una
experiencia perceptiva, pregnancia según los teóricos de esta teoría, según la
cual se reducen ambigüedades o efectos distorsionadores, buscando siempre la
forma más simple o la más consistente, se trata en definitiva de una teoría de
la coherencia.
La base
antropológica en torno a la experiencia del arte, nos permite entender el valor
de la crítica, en tanto que se otorga un valor subjetivo al espectador que bebe
de la subjetividad que emana de esa obra y por tanto de la subjetividad del
artista que entra en contacto con la del observador, estableciendo un diálogo
que le permite recrear un universo que plantea toda una serie de incógnitas que
para ser descritas llevan a la generación de la “opinión” como fruto de esa
experiencia vivida en la que confluye la observación, la experiencia, el
contexto, los valores, los elementos creativos, la formación y algunas que
otras variables que dibujan ese paisaje mental que se abre a las percepciones
que con la experimentación permanente establecen un guión sobre la creativa
misma.
Rafael
Yáñez[9] apunta que “la crítica del arte es un género periodístico de opinión”;
el origen etimológico del concepto mismo de crítica derivado del término griego
“κριτικός” (Kritikós): “lo que se juzga”, y nos lleva en opinión de este
académico sin ningún género de duda al concepto informativo.
El
testimonio reglado del diccionario de la Real Academia Española[10] viene a
definirnos con diferentes acepciones descriptivas con respecto al término
crítica, de este modo podemos observarla descrita como, entre otras:
1. Examen y
juicio acerca de alguien o algo y, en particular, el que se expresa
públicamente sobre un espectáculo, un libro, una obra artística, etc.
2. Conjunto
de los juicios públicos sobre una obra, un concierto, un espectáculo, etc.
3. Conjunto
de las personas que, con una misma especialización, ejercen la crítica en los
medios de difusión.
En opinión de Yáñez, a modo de concreción de una definición ad hoc, nos identifica a la crítica del arte como: “el arte de juzgar de la bondad, verdad y belleza de las cosas”.
En opinión de Yáñez, a modo de concreción de una definición ad hoc, nos identifica a la crítica del arte como: “el arte de juzgar de la bondad, verdad y belleza de las cosas”.
La crítica
es un género parecido al artículo, al tratar desde la perspectiva de la
valoración personal de su autor la interpretación de un acontecimiento de la
actualidad. Hay autores que niegan que la crítica pueda ser considerada como un
género efectivamente independiente, encuadrándolo en lo que viene a denominarse
del periodismo de opinión como un tipo especial del comentario, en este caso referido
al contexto artístico[11] .
En opinión
de Yáñez “se parece a una crónica por ser un texto que analiza algo sucedido
recientemente, aunque de ésta se diferencia por el asunto del que trata, ya que
siempre enjuicia una manifestación artística”, de hecho nos encontramos ante
una certeza, el valor de la crítica constituye por lo general una crónica que
contiene “importante” información relativa a aspectos artísticos que además
plantea elementos informativos con componentes que le son propios, pero muy similares
a lo que ocurre respecto del teatro o la publicación de un libro, hechos
noticiosos también como elementos artísticos que igualmente son en si mismos.
Siendo como
apunta el académico, un género de autor, deberemos abordar el conocimiento de
la crítica del arte a partir de la recreación del estilo que la define, estilo
que a su vez habrá de definir no solo al texto si no a la perspectiva desde la
que el autor, el crítico, aborda el reconocimiento del hecho artístico en sí
mismo, como espacios alternativos que se usan a modo de parábola.
Existe sin
embargo una visión que apunta a la crítica como tal considerada partidista o
interesada; en opinión del profesor Javier Arnaldo[12], quien sin embargo nos
aporta a su vez una definición interesante a los ojos del profano para
comprender la acción del crítico en la interpretación de la obra de arte. De
este modo el académico apunta que la crítica se ejerce “en parte como reacción,
como reacción o juicio estético con valores indeterminados, esto es, a partir de
reacciones de placer o desplacer de acomodaciones de la subjetividad, aunque
también como intuiciones puntuales de la observación”.
Ello no
quedaría completo si no se tiene en cuenta en este modelo de observación
subjetiva una cierta adecuación a la propia historia del arte, pero reconoce el
profesor Arnaldo la inexistencia de un método, al exigírsele al crítico solo la
“capacidad de implicarse en la obra del artista y de pensarla en su inmediatez
y en relación a su periferia”.
El profesor
David G. Torres[13], es mucho más radical en su visión y definición al afirmar
que “la crítica de arte no existe”, si bien que lo hace a partir de considerar
que ella, la crítica, carece de especificidad. “De tal manera, nos dice, que la
única especificidad del crítico, sería de orden estrictamente pragmático y solo
afectaría a una parte de su labor…”, si bien que concluye matizando su
afirmación inicial al aportarnos una referencia trascendente para la
consideración de la crítica del arte, diciéndonos Torres que: “lo que cualifica
al crítico es su actitud crítica, la puesta en marcha de un pensamiento
crítico. Su especificidad, en todo caso, sería no la de ser crítico/a de arte,
sino la de ser crítico/a”.
Deberemos
volver a Arnaldo para recoger como apunta, pues, ampliando el sentido que le
atribuye Torres a la crítica del arte, una consideración que le lleva a
categorizar en línea con lo que ya expusiera Albert Dresdner[14] , que “la
crítica se adhiere a los esfuerzos sistematizadores de la historiografía
artística, adoptando las analogías que ésta ha querido establecer y legitimar”;
de hecho Dresdner apunta, como nos refiere Arnaldo, que “ya no basta con
indicar que el cuadro está bien compuesto, que es delicado en el color y
profundo en la expresión”, dado que para el autor alemán se nos hace preciso
tomar en consideración “si se manifiestan afinidades con el mundo circundante y
si se dan préstamos”.
Seria
interesante preguntarnos, al margen de disquisiciones metodológicas si la
crítica del arte supone alguna cosa más que un juicio de valor i si realmente
incide eficientemente en el mundo real de la historiografía crítica,
preguntarnos si objetiva adecuadamente los datos relativos al acontecimiento
artístico a que se refiere. La crítica del arte va más allá del mero hecho periodístico,
del mero relato sobre el que se sustenta un hecho referido al mundo del arte,
debe aportar todo un cúmulo de reflexiones que han de permitir al lector, en su
acompañamiento por la obra de referencia, reconocer un conjunto de ítems que en
la experiencia y en su conocimiento le permita trascenderse a si mismo para
adentrarse en el contexto en el que se desarrolla el proceso expositivo.
Me parece
interesantísima una reflexión en primera persona que tomo de la actual
presidenta de la Asociación catalana de críticos del arte, Pilar
Parcerisas[15], cuando nos lega una frase de una trascendencia vital en la
conceptuación de la crítica al decir, cierto que en el contexto de evaluar los
premios ACCA, pero siendo aplicable por analogía a la tarea genérica de la
crítica del arte, que “la evolución de los acontecimientos también ha hecho
cambiar los juicios de valor”. La relevancia del contexto y por tanto de los
principios y parámetros sociales que definen nuestra propia realidad se
introducen en el criterio subjetivo del crítico del arte, como una pesada losa
que le habría de impedir cualquier expresión artística desde otra perspectiva
que no sea la que le permite el contexto historiográfico, artístico, social y
político del momento preciso en el que la crítica se realiza y que puede ser
distinta, en general, a la que pueda realizarse en otros momentos históricos,
en otros contextos, en otras realidades.
Nos lleva
Parcerisas, también a reconocer una definición del modelo y contexto en el que
se desenvuelve la crítica, al afirmar en el mismo texto que “la dinámica del
arte de un país la construyen todos los sectores implicados, un entramado de
complicidades en el que la crítica del arte es un peón indispensable”. Llegamos
pues a refutar la consideración, aunque sea tan solo desde una perspectiva
semántica, que la crítica del arte no existe por ella misma, para entenderla
como consustancial al mundo del arte, como uno de sus elementos, peón si se
quiere, artículo periodístico, si se presupone, pero que en definitiva ayuda a
establecer una determinada cronología de los hechos y las realidades
artísticas, concluyendo esencialmente que se trata de un género de autor.
¿Podríamos
llegar a establecer una catalogación de las críticas del arte, en función del
contenido objetivo descrito en su texto? Rafael Yáñez nos propone en su
definición de la crítica del arte entendida como un texto argumentativo que
cumple un cometido social, a partir del sello de identidad de quien firma ese
texto, de modo que mientras algún autor propone un análisis frío de la obra de
arte, otras no profundizan, según Yáñez y pueden limitarse a elogiar al autor,
otras refieren solamente el proceso cronológico-creativo del artista, mientras
que otras pueden abundar en la repercusión que la obra puede tener en su
contexto artístico o pueden buscar simplemente la belleza estética del texto.
El académico nos propone, pues, entender la crítica desde varias perspectivas:
analítica, laudatoria, descriptiva, expositiva y estética, a lo que cabría
referir alguna otra perspectiva como la sociológica, enmarcada en la realidad
de la sociología del arte, que nos permite describir el arte enmarcado en su
contexto social y político, algo que se diferencia del modelo analítico que nos
propone Yáñez.
Una crítica
analítica habría de contener un análisis en rigor de la obra que se analiza,
debería ser, en principio la que definiera la crítica de arte propiamente y en
eso coincido con el Dr. Yáñez, al entender que utiliza recursos narrativos que
se alejan de los recursos literarios, per se, para concretar un enjuiciamiento
analítico de la obra a partir de la consideración de toda una serie de
referentes técnicos que nos vienen definidos, respecto de ella, por las
“valoraciones concretas sobre su realización, dirección o interpretación”.
Una crítica
laudatoria sería aquella que, en general, acostumbra a usarse en los catálogos
de presentación, no tanto en los textos periodísticos a pesar que tampoco deba
descartarse, en los que el autor de la crítica del arte, refiere más que los
datos concretos relativos al autor y su obra, una creación literaria basada en
la belleza del texto que a su vez refiere toda una serie de elogios hacia el
autor de la obra y de todas las partes y componentes de la obra objeto del
análisis.
Una crítica
descriptiva seria aquella que no entra en el análisis o enjuiciamiento de la
obra ni en el proceso de elogio de la misma y su autor, sino que trabaja todo
un proceso descriptivo, donde como apunta Yáñez, la valoración de autor y obra
quedan en un segundo plano, para adentrarse en una componente eminentemente
periodística a través de la cual el lector, el espectador, puede obtener y de
hecho obtiene una información relevante para reconocer aquello que ve o va a
ver, es en esencia, pues un relato.
Una crítica
expositiva, basa su discurso también en el relato, pero amplía la perspectiva
de la crítica del arte al contextualizar la obra en un momento creativo
concreto, nos habla del autor, no desde una perspectiva laudatoria, sino
periodística, en la que lo considera anclado en un momento artístico y un
movimiento general. Yáñez la considera más próxima a la reseña que a un
análisis profundo, pero tampoco llega a la reflexión sociológica. Cierto es que
determinados sectores no consideran la reseña como un artículo periodístico y
por tanto tampoco como una crítica en real forma.
Una crítica
estética es aquella que lleva al autor del texto a adentrarse en un proceso
analítico de la obra y de su autor, pero persiguiendo más una lectura agradable
que un enjuiciamiento, se diferencia de la laudatoria por tratarse de un texto
culto en el que el concepto estético se define tanto a partir de la letra
escrita como de la identificación y contextualización del retrato que el
crítico efectúa.
Una crítica
sociológica, nos lleva a una moderna concepción de la crítica del arte, donde
puede que confluyan todas o partes de las anteriores posibilidades descritas,
va más allá del texto periodístico, de la reseña y alejándose del precepto
laudatorio nos lleva de la mano de los modelos descriptivo y analítico a la
visión desde el anclaje de la obra en la evolución artística a su entorno,
escuela, contexto productivo, y la comparación de estilos y calidad, sin
olvidar la contextualización social, la aceptación o consideración del espectador
respecto de la creación artística objeto del análisis y si entra o se reconoce
en un proceso de institucionalización artística.
A pesar del
método que pueda usarse en la “transcripción” de la opinión de autor sobre la
obra de arte sometida a la crítica, al análisis o a la consideración textual,
se hace preciso evaluar una serie de parámetros que, descritos o no
documentalmente, es preciso tomar en consideración como elementos para validar
las características fundamentales que permiten definir la obra y su autor y
poder así establecer las correspondientes conexiones con su tiempo y momento,
con su contextualización en definitiva, que nos habrá de servir en el ámbito
del reconocimiento del arte y de su crítica, para traspasar ese límite en el
que hoy, a los finales ya de la primera década del siglo XXI en que se escribe
este breve ensayo, con él se pretende ir un poco más allá de la simplificación,
cuando en diferentes ámbitos y no solo el artístico se tiende a afirmar que “No
hay innovación, no hay nada. No existiendo referencias, tampoco hay
tiempo”[16].
La
composición como construcción geométrica o libre, partiendo de la figura en el
mundo del arte, se sustenta en el punto y la línea como elementos esenciales,
siendo el área aquella acumulación de puntos definidos por una línea que parte
a su vez de un punto esencial o primigenio. La figura se relaciona con un fondo
que es a la vez elemento destacado de la composición sobre el que se sustenta
el equilibrio de la obra y en el que podemos hallar los principios que nos
definen a la composición misma como una encrucijada en la que confluyen
elementos sobre los que se asienta el equilibrio que se define a través de
distintos modelos:
1. El modelo
de equilibrio axial que nos plantea el control de las atracciones opuesta a
través de unos ejes centrales explícitos, verticales, horizontales o ambos a la
vez. La simetría es la forma más simple de este modelo, el tipo más obvio del
equilibrio y a su vez el más pobre en cuanto a su variedad, aunque también podemos
encontrar la asimetría, compuesta por figuras de características distintas que
por su propio peso visual pueden ser exponente de desequilibrio.
2. El modelo
de equilibrio radial significa el control de atracciones opuestas a partir de
una igualdad que se determina en diferentes partes del campo o fondo, siendo
sus características esenciales la no utilización de ejes determinados ni de
puntos centrales a la manera como se determinan en el equilibrio axial.
3. El modelo
de equilibrio oculto no presenta unas reglas que puedan determinarlo, sin
embargo es aquí donde juegan un parte substancial en su determinación aspectos
como los pigmentos, el color, las formas, las texturas de los elementos
utilizados en la obra y todos los elementos que pueden llegar a formar parte de
esa apuesta creativa.
La
proporción, es un término que nos llega de la figuración greco latina y
establece la correspondencia entre las partes de un objeto y el todo. Tales de
Mileto estableció una formulación matemática que preveía como un haz de rectas
paralelas, sobre dos rectas que se cortan, son proporcionales, de tal manera
que a través del teorema es posible construir las escalas gráficas, la escala
existente entre la imagen del objeto y su objeto real. Marco Vitruvio
Polion[17], arquitecto e ingeniero e ingeniero romano del siglo I a C.,
establece a través de su tratado “De Architectura”, tratado que fue ampliamente
estudiado y usado durante el renacimiento a partir de su reedición en 1486 de
la que se da en denominar la proporción aurea, aquella división armónica de una
recta en media y extrema razón. Es decir que el segmento menor, es al segmento
mayor, como éste es a la totalidad de la recta, o cortar una línea en dos
partes desiguales de manera que el segmento mayor sea a toda la línea, como el
menor es al mayor. De esta manera se establece una relación de tamaños con la
misma proporcionalidad entre el todo dividido en mayor y menor, esto es un
resultado similar a la media y extrema razón, Esta proporción o forma de
seleccionar proporcionalmente una línea se llama proporción áurea, se adopta
como simbolo de la sección áurea (Æ ), y la representación en números de esta
relación de tamaños se llama número de oro = 1,618.
Seria
interesante no olvidar en este apartado la definición de composición que nos
lega del filósofo griego Platón[18], quien al respeto de la composición misma
nos lega su visión clásica siendo que para él es imposible combinar bien dos
cosas sin una tercera, hace falta una relación entre ellas que los ensamble, la
mejor ligazón para esta relación es el todo. La suma de las partes como un todo
que es para la antigüedad griega la más perfecta relación de proporción regida
por un modulo o canon común.
No debemos
olvidar un concepto también fundamental a tener en cuenta a la hora de observar
una composición, se trata del contraste que no es más que la diferencia de la
intensidad lumínica, la textura o el pigmento entre las diferentes partes del
objeto o la imagen en la obra sujeta al análisis o la crítica. Aquí Johannes
Ittem[19], escritor y profesor suizo integrado en la corriente de la Bauhaus
nos introduce en los esquemas del contraste, a partir de una composición de
colores que no guardan nada en común o no tienen ninguna similitud y llegó a
establecer una serie de valores en los que a contraste se refiere, una división
y definición de diferentes esquemas de contraste; así Ittem encuentra las
siguientes variables:
1. El
contraste de colores puros, que se produce en el momento en el que el color
llega a su más elevado punto de saturación y suele encontrarse en la
utilización de colores primarios. Lo hallamos, por ejemplo, en el expresionismo
y muy concretamente en la obra de Vincent Van Gogh.
2. El
contraste del claro-oscuro, que se obtiene mediante la utilización de una gama
de grises, con la combinación adecuada del blanco y del negro. Lo hallamos, por
ejemplo, en la obra de Michelangelo Merisi da Caravaggio.
3. El
contraste de cálido-frío, que se produce mediante la contraposición de colores
cálidos y fríos que viene a acentuar el contraste del claro-oscuro. Lo
hallamos, por ejemplo en la obra de Claude Monet.
4. El
contraste de complementarios, producido por dos colores diametralmente opuesto
en la gama cromática, siendo que en cualquiera de los casos su mezcla da el
gris, conviene que uno de ellos sea un color puro. Lo hallamos, por ejemplo, en
la obra de Francis Picabia.
5. El
contraste simultáneo, también llamado efecto de la imagen persistente que, de
no encontrarse nuestro ojo la crea imaginariamente, se produce no en presencia,
sino en ausencia de un color complementario. Un ejemplo lo encontramos en la
obra de Diego Rodríguez de Silva y Velazquez.
6. El
contraste de calidad, que hace referencia al grado de pureza o de saturación
cromática del pigmento, el contraste puede darse entre colores puros o en la
contraposición de estos con otros no puros. Un ejemplo lo encontramos en la
obra de John Sloan.
7. El
contraste de cantidad, que lo hace sobre las dimensiones del campo referido a
la cantidad, donde se contraponen lo grande y lo pequeño. Un ejemplo lo
encontramos en la obra de Pieter Bruegel.
Las leyes
modernas[20] de la creación artística, nos hablan de tres elementos
sustantivos, como son el Ritmo, el Volumen y el Espacio, elementos en
definitiva que van más allá de las dimensiones del color y el dibujo,
considerado todo ello en si mismo y no en relación con las cosas reales.
El ritmo
consiste en el concepto de repetición de un elemento dentro de una estructura
de intervalos que difiere de la repetición simple, recurrente, esperada. Así
como la música tiene ritmo, las artes plásticas también tienen ritmo. Al
observar con atención la pintura puede percibirse claramente una sensación de
movimiento, aunque las líneas y los colores que la producen estén estáticos. En
las artes plásticas se entiende por ritmo la repetición armónica en un espacio
de líneas, tonos, colores, masas y volúmenes.
Ciertamente
el ritmo en las artes plásticas está determinado por un movimiento creado por
el artista mediante la combinación de líneas, color y valor. En la escultura y
la arquitectura, el ritmo está dado por el uso del espacio y el volumen, esta
cualidad ha evolucionado en dichas manifestaciones artísticas. Antes eran
rígidas, planas y daban la sensación de pesadez, en la actualidad tanto los
materiales como la técnica, permiten ver en las obras armonía y movimiento.
Existe una variedad de ritmos, estos son la repetición, alternatividad,
simetría y radiación.
El ritmo por
repetición: Es de hecho el más simple y consiste en repetir indefinidamente el
mismo motivo en una dirección determinada, conservando siempre su tamaño, forma
y distancia. El elemento se repite varias veces de la misma manera, conserva su
tamaño forma y distancia entre uno y otro.
El Ritmo por
alternabilidad. Para enriquecer el ritmo por repetición se pueden emplear dos o
más elementos distintos que se van alternando en el mismo orden y dirección de
manera que formen un contraste. A este tipo de ritmo se le conoce como
alternabilidad, es más variado y resulta muy interesante usado en las nuevas
técnicas de decoración.
El ritmo por
simetría Otro tipo de los ritmos aplicable a las obras de arte; las formas se
repiten y se repiten a ambos lados de un eje imaginario como si hubiera un
espejo que las reflejara. El artista parte de una línea llamada eje de simetría
para colocar a cada lado elementos exactamente iguales.
El ritmo por
radiación: es una modalidad de la simetría consistente en la repetición
circular y simétrica de un motivo, alrededor de un centro siguiendo la
dirección de las agujas del reloj. Este tipo de ritmo tiene infinitas
aplicaciones en objetos circulares como platos, bandejas, losetas, alfombras,
manteles, entre otras. En la arquitectura también es muy utilizada la
decoración radial, especialmente en la fachada de las iglesias románicas y
góticas, por ejemplo donde advertimos los rosetones como una decoración radial.
Las
Ilusiones ópticas son efectos de percepción visual existentes y estudiados por
la ciencia que no son reales, son engañosas, denominados ilusiones ópticas, que
se producen en el ojo humano por alguna razón como el movimiento ilusorio. Para
poder percibir efectos ópticos especiales en este tipo de obras, es necesario
desplazarse frente a las mismas. Sólo así se podrán apreciar: el movimiento,
las modificaciones de formas y cromatismos, y hasta nuevos cromatismos.
Descubrir
fehacientemente, sin embargo, el ritmo en una obra de arte conlleva su propia
dificultad, el ritmo en otras disciplinas artísticas, supone una variable
independiente que nos delimita un espacio en la misma composición si hablamos,
por ejemplo, de la música; en el caso de las artes visuales, la capacidad del
artista para dotar a la obra de un ritmo supone su capacidad en el dominio de
toda una serie de factores i variables dependientes e independientes que
inciden en la definición de aquella composición, pero también en la visión que
el espectador va a tener de la misma, de tal manera que factores externos como
la luz y el espacio pueden incidir negativa o positivamente sobre la misma, aspecto
que en el proceso creativo no incide realmente al tratarse de variables
independientes que con la composición resuelta encuentran una nueva dimensión.
El ritmo, fundamentalmente dependiente del cromatismo, la expresión de la luz,
las formas, los materiales y la técnica nos definen también en su conjunción la
expresión del ritmo que la obra nos permite descubrir, si es capaz de
participar de la observación tomando en consideración tanto los elementos que
constituyen la composición como aquellos que hemos descrito.
El Ritmo
Plástico, es un tema que nos permite unir desde la geometría, el dibujo o el
diseño, el color, los pigmentos que permite que los dos anteriores tomen
cuerpo, y la creatividad, que permite unir todo lo anterior, junto con la
expresión que en definitiva es a lo que queremos llegar con el Ritmo Plástico.
El eje estructurador que va a regir esta composición, en definitiva no va a ser
otro que ese elemento conceptualmente genérico de la plasticidad en el ritmo y
en este sentido en el que habremos de tomar en consideración que éste es
consustancial a la esencia de la raza humana, al concentrarse en este concepto
elementos que van desde el ritmo como variable en la creación musical, en
definitiva el sonidos y su existencia o inexistencia, pero también el ritmo
coreográfico, como la expresión de la gestualidad en el resto de las artes
visuales, el teatro, la danza etc.; en el caso de la creación artística visual
, lo que nos lleva hasta el ritmo plástico que pretende conjugar a través de
ella el ensamblaje de todas las variables incidentales con la propuesta que el
artista, que el creador, arguye frente al espectador, no debiendo olvidarnos,
por tanto, de la predisposición de ambos, del creador y del espectador a la
hora de interpretar las sensaciones que se nos proponen desde la inanimación
bidimensional o tridimensional a la animación sujeta al uso de las nuevas
tecnologías aplicadas a la creación artística, aspecto que no debe dejarse al
albur más que de nuestro reloj interno, del ritmo cardíaco, del ritmo
respiratorio, del ritmo al andar, del ritmo al correr, del ritmo al comer, del
de la estaciones, en el paso rítmico de la realidad cotidiana del día y la
noche[21], a que se refiere la profesora Georgina Pino, en definitiva, en el
sentido del ritmo de la existencia a través de las sensaciones y la
expresividad que confluyen en el entorno y el contexto de la obra terminada y
sujeta a la observación, también a la observación crítica.
El ritmo y
el movimiento no actúan separadamente, sino que se hallan intrínsecamente
relacionados, sin el uno no se da el otro y sin el otro es imperceptible el
primero. En las artes plásticas se da el ritmo a partir de la repetición
ordenada de líneas, formas, proporción, espacio, color, valores tonales,
reunidos todo en un contexto de diseño armónico, en definitiva puede asimilarse
a un cierto orden, más como una coraza, como un corsé que delimita la creación
misma, sin embargo ello no debería llevarnos a engaño, pues en la creativa
abstracta esa formulación ordenada también se da y de que forma.
El ritmo se
nos descubre en progresión de modo que nos acerca al concepto de movimiento en
la profundad de una obra; o también se nos descubre de una manera continua,
cuasi monótona, repetitiva, que suele pasar inadvertido para poner en
relevancia determino objeto, forma o color; lo podemos observar de forma
alterna definido en dos espacios iguales; o de manera quebrada, en dos espacios
distintos; o radiado, partiendo de un eje central imaginario.
Nos hallamos
definiendo a través del ritmo en el análisis de una obra a la composición misma
analizable, siempre a través de la forma y el contenido en la obra creativa, en
tanto que la distribución intencionada de los elementos plásticos en la obra de
arte sujeta al análisis crítico, que va unida a toda labor creativa, ya desde
los inicios de las expresiones artísticas, concebida o no como tales como ya
hemos indicado con anterioridad, en consonancia con elementos tales como el
ritmo, el equilibrio o la simetría, elementos que se conjugan de excepcional
importancia en la creativa.
Para
comprender las estructuras compositivas se trata de establecer unas líneas
imaginarias en el contexto de la obra, de tal manera que enmarquen el objeto
sujeto a análisis, que puede tratarse de un elemento figurativo o no. El
artista es generalmente consciente de estas formas estructurales en el momento
de idear la composición, siendo del estilo de que se trate, pues en definitiva
constituye el dimensionamiento del espacio objeto del trabajo artístico, el
material y/o el soporte, que le han de permitir de manera intencionada o
nuevamente inintencionada establecer un recorrido a través del mismo, de manera
que guía al espectador de una manera imperceptible, psicológica diríase como si
de una trama se tratase en un proceso discursivo.
Hallamos a
través del recorrido de las expresiones artísticas diferentes formas de
contextualización del espacio en la obra creada, de este modo descubrimos
estructuras cerradas, formas geométricas simples que nos delimitan unos
contextos mediante la forma o el cromatismo, mientras que otras estructuras
abiertas, nos definen de igual modo mediante semicírculos, o espirales, la
intención del creador de centrar nuestra atención en un espacio concreto. Ello
nos lleva al establecimiento en el campo de la interpretación de la obra de una
serie de planos compositivos, establecidos a partir de la estructuración del
espacio bidimensional en distintas capas de profundidad en los que la imagen se
dispone de manera que consigue crear la ilusión de la tridimensionalidad que
busca, en definitiva este tipo de obra intenta buscar una imitación de la
realidad en el caso de las obras de tipo figurativo, pero incluso en las obras
abstractas podemos encontrar este detalle intencionalmente creado o de manera
inintencional, estableciendo también una profundad en la composición.
Viendo como
afecta la función del rimo al establecimiento de la opinión sobre la obra de
arte, vemos pues que en definitiva todas las variables, tanto las dependientes
como las independientes confluyen en lo que denominaríamos equilibrio visual,
que no es más que el sentido de la proporcionalidad en el elemento creativo
para establecer una sensación a ojos del espectador, en el sentido de causar
placer, no entendido desde la perspectiva de la estética, sino aguzando el
valor que el observador obtenga de la visión a partir de ese equilibrio
cromático y de formas en la obra de arte. Efectivamente puede hallarse
analogías con respecto del equilibrio físico, pero nos hallamos ante efectos
que influyen tanto al consciente como al subconsciente del crítico, de manera
que el recorrido visual avanza sujeto a variables independientes que pueden
otorgar un sentido distinto al pretendido por el creador. Sin embargo se tiende
a establecer una dimensión del equilibrio en la búsqueda de simetrías,
variables que ya hemos definido anteriormente y que configuran un aspecto que
se define como equilibrio estático, mientras que el equilibrio dinámico nos
lleva a comprender la obra creada desde una perspectiva distinta, en la que
confluyen mayor variedad de elementos y donde la interpretación resulta mucho
más compleja, de manera que movimiento, ritmo, simetrías, cromatismo, forma…
llevan aparejadas todas unas connotaciones estéticas que buscan al ojo del
espectador la compensación de lo que se ha dado en llamar pesos visuales, a la
búsqueda de una realidad troncal que no deje de buscar la ensoñación en la
visión.
¿Sería
aventurado decir que el primer crítico del arte fue Platón[22]? Probablemente
al filósofo griego que ha trascendido por otras conceptualizaciones no le
parecería mal esta atribución, sin embargo para él el arte y la estética eran
dos términos diferentes, diametralmente distintos en el contexto de su
análisis, pero si que sujeta Platón su concepción del arte a la concepción de
belleza, a través de sus diálogos,
Como es
sabido, para los griegos no existía algo a lo que llamaran propiamente Arte, lo
que existía en cambio era el término de póiesis (creación), el cual
correspondería con lo que actualmente entendemos por creación artística. El
concepto de Belleza por su parte, tenía un carácter un tanto distinto al que
tiene hoy en día, puesto que implicaba una vinculación muy estrecha con la
ética: no podía estar lo bello sin lo bueno. La Belleza por tanto, tenía un
carácter trascendente al cual los griegos relacionaban con los dioses, y al ser
lo bello una cuestión divina, la póiesis en tanto que creación humana, no podía
ser lo bello aunque sí conducía a esto. Los creadores de belleza, entonces,
eran hombres que se encargaban de relatar hechos concernientes a
acontecimientos de su entorno en relación con lo divino puesto que ello era
bello y bueno en sí mismo.
Vemos pues
aquí la gran diferencia respecto de las concepciones artísticas que se tienen
hoy en día, sin embargo, quedan dos preguntas en el aire: ¿Debe el arte
remitirnos al ideal de una belleza trascendente que permita al hombre salir de
una mera imitación para llegar a algo más allá? ¿Qué es el Arte y que
representa hoy en día, pues?
La teoría
del arte, como la entendemos hoy en día, no figura en el campo de los trabajos
que nos lega Platón con sus diálogos, sin embargo, los problemas y postulados
estéticos, ello aunque sin un adecuado orden ni sistematización, podemos
encontrarlos en sus textos. Las cuestiones estéticas se entrelazan en su
pensamiento con las metafísicas y éticas, evidentemente como parle de un cuerpo
doctrinal en el que se describe una teoría idealista de la existencia y una
teoría apriorística del conocimiento, en la que influyen los cánones de su
concepto de la belleza, mientras que la teoría espiritualista del hombre y la
moralista de la vida se reflejan en su propia concepción sobre el arte y su
mundo, entendido desde una perspectiva amplia del concepto mismo del arte como
todas las expresiones que pudiéramos imaginar, aunque perfectamente aplicables
a las artes visuales y por supuesto a la crítica del arte.
Platón
refutó la postura de los sofistas por restringida y por subjetiva. Lo bello no
es una propiedad, sino una comprobación de la belleza; las tesis sofistas eran
inadmisibles para Platón, porque éste entendía que poseemos un sentido innato y
permanente de la belleza, de la armonía y del ritmo, contrapuso la verdadera
belleza a la ilusoria, como también opuso la verdadera existencia a la
aparente, el verdadero conocimiento al aparente, la verdadera existencia y la
verdadera virtud a la aparente.
La belleza
espiritual es superior, pero no es la mas perfecta; es la Idea misma de la
belleza, la que alcanza la perfección, poniendo a la belleza en un plano
trascendente; Platón extiende el alcance del concepto griego de la belleza
haciéndole abarcar también los objetos abstractos, inaccesibles para la
experiencia; introduce una nueva valoración, la de belleza real, quedando
devaluado frente a la belleza ideal. Introduce también una nueva medida de
belleza, el grado de la belleza de las cosas reales que pasaba a depender de su
mayor o menor distancia respecto del ideal de lo bello.
La
concepción pitagórica de Platón, le hacía ver la esencia de la belleza en el
orden mismo, a través de la medida, de la proporción, en el acorde y en la
armonía; concebía en definitiva el filósofo griego a la belleza como una
propiedad dependiente de la disposición de la distribución y la armonía de los
elementos que habrían de constituirla, es decir nos está hablando de la
composición desde una perspectiva intrínseca a la obra misma y como en ella
veía también una propiedad cuantitativa, de hecho matemática, que le permitía
poder expresarse mediante números a través de las medidas y las proporciones
explicándonos que medida y proporción, son los factores que definen la belleza
de las cosas y les proporcionan, a su vez, unidad.
Platón nos
presenta a las artes a través de categorías y así hace una división de ellas en
tres categorías: las artes que utilizan objetos, las artes que los fabrican y
las artes que los imitan. Distingue entre la ktetica, el de aprovechar lo que
se halla en la naturaleza y la poética o el arte de producir aquello que no se
encuentra en la naturaleza. Esta ultima la subdividió en otras categorías,
aquella que sirve al hombre directamente, y aquella que le sirve indirectamente
y aquella que imita.
Pero quizás
el aspecto más destacado e importante en la filosofía platónica, es la
separación que hace entre artes representativas, imitativas y miméticas. Las
artes figurativas, como la pintura y la escultura, mostraban más interés por
sus otras funciones, sobre el hecho de que diferían de la realidad y afectaban
o engañaban de diversas maneras. El arte lo entendía como utilidad moral, como
un medio de formar el carácter. Platón planteo el problema socialmente,
manteniendo que el arte debe participar en la creación del Estado perfecto,
debe atenerse a las leyes que rigen el mundo, debe penetrar en el plano divino
del cosmos y la veracidad o la justedad como segunda función fundamental que él
le atribuye al arte, dado que tan solo el cálculo y medida garantizan al arte
la justedad que consiste en una disposición adecuada de sus elementos, en el
orden interno, así como en su estructura, en que tenga su “principio, mitad,
fin” y en que su construcción se parezca al ser vivo, al organismo. La verdad
interna de una obra de arte, a tenor de la filosofía platónica, se establece
como criterio de su valor, es la conformidad con lo que presenta; el artista no
tiene modelo y para sus figuras recoge los rasgos de muchos para crear de este
modo algo más hermoso que la realidad, con lo que para él el arte no debe ser
autónomo, sino en relación a la realidad que debe representar y cuyas leyes
debe observar, y en la relación al orden socio-moral al cual debe servir.
Platón sin
embargo concluirá con una condena al arte proveniente de la teoría del
conocimiento y de la metafísica, pero también de la ética, al censurar a las
artes plásticas por su labor deformadora, mientras que caracteriza a la poesía
y a la música por su labor moralizadora, su crítica, finalmente, no fue una
evaluación estética del arte sino, una demostración causal de que el arte es
inútil en el aspecto moralmente cognoscitivo.
Por cerrar
el círculo de los padres de la filosofía, seria interesante hacer inciso
también en Aristóteles[23] que trata vagamente el concepto de belleza en su
tratado sobre la ética; de hecho en sus teorizaciones establece su división de
las artes, poniendo como punto de partida la relación entre arte y naturaleza,
siendo que para él el arte imita o realiza lo que la naturaleza es incapaz de
hacer por si sola. La imitación, por tanto, fue uno de los conceptos principales
de su teoría, y la base de su división artística. La imitación es para el
hombre una actividad natural, basada en sus tendencias innatas y que le
proporciona satisfacción.
Contrariamente
a lo teorizado por Platón, Aristóteles creía que el arte no solo produce la
purificación de las pasiones sino que también proporcionaba placer y diversión
contribuyendo además al perfeccionamiento moral, y siendo por ultimo
conmovedor. Observó como en el arte y la naturaleza, cada uno ellos proporciona
un tipo diverso de placer., teorizando que en la naturaleza son los objetos
mismos los que actúan sobre nosotros, mientras que en el arte, cuando se trata
de artes plásticas, son sus imágenes las que actúan. En él también encontramos
elementos de la crítica de arte, al establecer que existen diferentes criterios
a tener en cuenta a la hora de valorar una obra de arte: el lógico, la ética y
el propio artístico, siendo que por su carácter universal, el arte puede estar
sometido a reglas, reglas que, por otra parte, son incapaces de sustituir el
juicio de un individuo experimentado; será Aristóteles el primero en establecer
una cierta división en la creativa de las artes, al reconocer tres ámbitos, que
el denomina “actitudes” hacia al arte: la de los artesanos, los artistas y otros
conocedores.
Aristóteles
añadió a la doctrina pitagórica, la proporción de la conveniencia. La idea de
belleza la concibe como la dimensión adecuada, como la medida apropiada para
cada objeto. La belleza depende, para él, no solo de la dimensión relativa de
los objetos, sino que se trata también a partir de su dimensión absoluta.
Seguramente
la filosofía universal nos da otras visiones a lo largo de toda la historia de
la filosofía misma, pero la transcendental aportación de los dos griegos:
Platón y Aristóteles, y las influencias que ambos ejercieron, respectivamente,
en las doctrinas filosóficas que les sucedieron, nos permite adentrarnos a
través de ellos en la concepción post moderna, post industrial y adentrándonos
en el ámbito del carácter que el arte y la crítica toman en el marco de la
tercera revolución industrial. La ciencia, en el contexto actual, nos ofrece a
través de la contemplación filosófica la imagen clara y precisa del mundo
externo, mientras que el arte presenta la imagen del mundo interno.
Vienen aquí a colación las palabras de Shopenhauer[24] , cuando nos dice: “…el resultado de toda captación puramente objetiva, es decir, artística, de las cosas, es una expresión más de la esencia de la vida, y de la existencia, una respuesta más a la pregunta: ¿qué es la vida?. A esta pregunta responde a su manera y con perfecta concreción cada obra de arte auténtica y lograda. Sólo las artes hablan en exclusiva el lenguaje ingenuo e infantil de la intuición, no el abastracto y serio de la reflexión: su respuesta es por eso una imagen pasajera, no un conocimiento universal permanente. “
Nos proponía pues el filósofo alemán, acudir a la contemplación de la obra de arte y por tanto de su crítica, buscando ese lenguaje intuitivo que nos ofrece el artista, intuitivo y por tanto subjetivo, fruto de facultades del sentimiento y de la expresión, para poder cuestionarnos si será posible de hoy en adelante crear nuevas obras de arte, analizando aquella, en un inicio como única, en la manera en la que fue concebida por el autor, aunque aquél en el proceso creativo estableciera una obra de conjunto, la que a su vez se enmarcaría en un contexto o escuela y en una época y estilo característico.
Hoy, sin embargo, las obras de arte ya no pretenden mostrarnos una realidad tangible, pretenden, eso sí, mostrarnos la vida, aquella que no podremos comprender de inmediato al hallarse cubierta por ese hálito que lo subjetiviza y que habremos de descubrir para poder interpretar la consciencia que define esa creación misma. De nuevo nos hallamos de la mano de los preceptos filosóficos y deberemos usar de sus premisas para la interpretación, más allá de conceptualizaciones estéticas, más allá de preceptos técnicos o estilísticos, más allá del recurso periodístico al relato de la forma en que se trate.
Vienen aquí a colación las palabras de Shopenhauer[24] , cuando nos dice: “…el resultado de toda captación puramente objetiva, es decir, artística, de las cosas, es una expresión más de la esencia de la vida, y de la existencia, una respuesta más a la pregunta: ¿qué es la vida?. A esta pregunta responde a su manera y con perfecta concreción cada obra de arte auténtica y lograda. Sólo las artes hablan en exclusiva el lenguaje ingenuo e infantil de la intuición, no el abastracto y serio de la reflexión: su respuesta es por eso una imagen pasajera, no un conocimiento universal permanente. “
Nos proponía pues el filósofo alemán, acudir a la contemplación de la obra de arte y por tanto de su crítica, buscando ese lenguaje intuitivo que nos ofrece el artista, intuitivo y por tanto subjetivo, fruto de facultades del sentimiento y de la expresión, para poder cuestionarnos si será posible de hoy en adelante crear nuevas obras de arte, analizando aquella, en un inicio como única, en la manera en la que fue concebida por el autor, aunque aquél en el proceso creativo estableciera una obra de conjunto, la que a su vez se enmarcaría en un contexto o escuela y en una época y estilo característico.
Hoy, sin embargo, las obras de arte ya no pretenden mostrarnos una realidad tangible, pretenden, eso sí, mostrarnos la vida, aquella que no podremos comprender de inmediato al hallarse cubierta por ese hálito que lo subjetiviza y que habremos de descubrir para poder interpretar la consciencia que define esa creación misma. De nuevo nos hallamos de la mano de los preceptos filosóficos y deberemos usar de sus premisas para la interpretación, más allá de conceptualizaciones estéticas, más allá de preceptos técnicos o estilísticos, más allá del recurso periodístico al relato de la forma en que se trate.
Habremos de
preguntarnos, pues, donde se hallan los límites estéticos y técnicos para ir
hacia el descubrimiento de los nuevos caminos que el contexto del siglo XXI
ofrece al creador y al artista, agotados los criterios ya clásicos en los que
se ha desarrollado la creatividad de este extinto siglo XX que nos precede con
la eclosión del arte total; porqué lo que resulta obvio e indiscutible es como
el arte es sentimiento y por tanto el conjunto de acciones que expresan lo que
el creador, en tanto que ser humano, desea exteriorizar, obedeciendo a sus
propios patrones de belleza y estética desde su más íntima percepción, en
íntima armonía con su contexto social, con la realidad de cada momento y con
una carga de subjetividad que hacen a cada obra única a la vez que cambiante.
La crítica
del arte en el contexto actual habrá de concretarse y concentrarse en la
determinación de preceptos nuevos de interpretación de lo que es arte,
ciertamente como ocurriera en las evoluciones primigenias de la creatividad
humana, donde en un origen lo que no era propiamente arte acabó, fruto del
estudio y del aporte de distintas disciplinas científicas así como por las
concepciones estéticas, concibiéndose como arte aquello que en un inicio no lo
era o al menos no lo era para sus creadores, de manera que en el proceso
cambiante de la interacción social, pueden darse aspectos estéticos y de
creación que en este momento por nuestra propia referencia social no seamos
capaces de percibir como expresiones artísticas, donde la tecnología tiene
mucho que decir, pero también los nuevos formatos, las nuevas manera de
concebir el arte, la nueva estética, las nuevas formas, las nuevas culturas en
definitiva, que caminan de la mano de nuestras nuevas percepciones sociales.
La verdadera
crítica del arte habrá de reflexionar desde una perspectiva integral en la que
intervengan la estética, la historia, la teoría, pero también otras disciplinas
sobre las innovaciones y los valores artísticos que acaban definiendo a la
sociedad que contextualiza el arte, descubriéndonos ese velo que nos propone
Aristóteles.
La expresión
crítica debería centrarse ahora, partiendo de esos postulados clásicos que
hemos ido describiendo y que suscribimos, en la polifonía de lo distinto, más
allá de las concepciones propias del comercio generalizado y estéticamente
adecuado a la banalización misma del arte, pero también en una visión crítica
del arte de lo absurdo a veces más anti-arte que arte en expresión misma que
rivaliza con su supuesto rupturismo con los instrumentos de la transgresión
real. La crítica ha de saber descubrir y huir de la copia, administrando el
saber a partir del que evaluar esos contenidos estéticos que se nos proponen y
ofrecen desde esta nueva creación contemporánea, sin dejar de considerar el
valor subjetivo de sus interpretaciones en la validez en la inhibición de sus
ejercicios calibradores, como un nuevo instrumento de comisariado estético.
Apunta el
profesor Vázquez Rocca[25], que el ejercicio de la crítica de arte debe hacerse
cargo de las consecuencias de su “devenir on line”, consecuencia del nacimiento
de nuevos espacios y nuevos escenarios en el ámbito de la crítica, y tiene
razón al plantearnos el riesgo de las interpelaciones horizontales que ya se
dan en múltiples ámbitos. Puede tener razón de entrada el académico, sin
embargo, el avance de las nuevas tecnologías de la comunicación y la
información no supone necesariamente en el ámbito del arte y de su crítica una
redefinición de nuevos escenarios salvo en lo referido al alcance y
conocimiento de nuevas tendencias, de nuevos estilos, de nuevas creaciones.
De hecho se trata el del arte de un escenario genérico en el que la existencia del creador y el observador, del espectador, se ha dado desde la época moderna como si de un hecho consustancial se tratase y de hecho el nuevo escenario no recrea sino al preexistente, algo que no ocurre en otros ámbitos en los que el acceso general a la información y la comunicación modifica la situación “natural”.
La nueva situación de participación global, si bien que con limitaciones propias de quien puede tener acceso a las tecnologías, de manera que lo global no puede ser necesariamente local, conviene recordar las palabras del escritor francés André Gide[26]: “El arte, al perder contacto con la realidad y la vida, se convierte en artificio. Siempre es por la base, por la tierra, por el pueblo, como un arte recupera la fuerza y se renueva”, que cobran aún validez en el sentido que aunque se produzcan cambios, como los tecnológicos, que puedan afectar tanto a la creativa, cosa que debemos tomar en consideración, como a la crítica, razón evidente en los nuevos procesos de comunicación, la realidad no debe rehuir del hecho que el arte, como ya nos dijeron los griegos no debe perder su relación con la realidad, y por tanto, como abunda Gide, con la vida misma, quizás una cierta razón existencial la que sugiere este texto, pero que en lo referido al mundo del arte, la esencia material y objetiva se sustenta en la relación misma con la fuerza de la sociedad en la que se desarrolla y modela.
De hecho se trata el del arte de un escenario genérico en el que la existencia del creador y el observador, del espectador, se ha dado desde la época moderna como si de un hecho consustancial se tratase y de hecho el nuevo escenario no recrea sino al preexistente, algo que no ocurre en otros ámbitos en los que el acceso general a la información y la comunicación modifica la situación “natural”.
La nueva situación de participación global, si bien que con limitaciones propias de quien puede tener acceso a las tecnologías, de manera que lo global no puede ser necesariamente local, conviene recordar las palabras del escritor francés André Gide[26]: “El arte, al perder contacto con la realidad y la vida, se convierte en artificio. Siempre es por la base, por la tierra, por el pueblo, como un arte recupera la fuerza y se renueva”, que cobran aún validez en el sentido que aunque se produzcan cambios, como los tecnológicos, que puedan afectar tanto a la creativa, cosa que debemos tomar en consideración, como a la crítica, razón evidente en los nuevos procesos de comunicación, la realidad no debe rehuir del hecho que el arte, como ya nos dijeron los griegos no debe perder su relación con la realidad, y por tanto, como abunda Gide, con la vida misma, quizás una cierta razón existencial la que sugiere este texto, pero que en lo referido al mundo del arte, la esencia material y objetiva se sustenta en la relación misma con la fuerza de la sociedad en la que se desarrolla y modela.
No se trata
solo de sistematizar lo general y analizar lo que cada cual persigue, sino y
sobre todo de atender a la actualidad, como indica Xavier Sáenz de Gorbea[27],
esa es una de las razones de ser del arte y de su crítica en el contexto del
tercer milenio, aprendiendo en lo inmutable y reconociendo lo transgresor, para
adentrarnos en nuevos campos y nuevos lenguajes que nos han de llevar, asimismo
a entender el mundo actual a través de una argumentada crítica, la exigencia
fundamental que debe hacerse a la labor del crítico del arte, haciendo buena la
reflexión de Luís [28]Huidobro, de llevarse, en la crítica del arte, “a
intentar un primer paso, conocer de un modo pasional e instintivo, propio de la
labor periodística, la obra de arte meritoria”.
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